Hola! Hoy quiero contarles que yo no siempre fui así. No siempre fui Fit y nunca me imaginé que llegaría a estarlo. Tampoco era feliz. Es tabú decirlo, pero a mí la maternidad me pegó fuerte y me afectó hasta lo más profundo; hasta dejarme irreconocible.
Nunca tuve problemas de autoestima ni de sobrepeso y siempre tuve una personalidad muy definida y gustos muy claros. Sabía lo que me gustaba- oía música todo el día y me sabía todas las letras, hacía ejercicio de vez en cuando y probaba cuánta clase hubiera, sin tener constancia, pero lo disfrutaba.
Luego decidí estudiar Arquitectura y tuve menos tiempo. Conocí a Juan, y el tiempo libre lo pasaba con él. La cosa se puso seria y decidimos casarnos. Queríamos hijos. Empezamos a intentar estando recién casados y nada pasaba. Un embarazo ectópico después, junto con otra cirugía y tratamientos de fertilidad, quedé embarazada (esta anécdota la contaré en un post distinto) de Belén. Por cierto, aquí ya había empezado a trabajar en un escritorio sentada de 8am a 3pm y llegaba a la casa a descansar. No me movía nunca.

Cuento esto para ilustrar qué Belén fue una niña muy deseada y el miedo a perderla hizo que básicamente me diera miedo moverme durante el embarazo. Ahí empezó un sedentarismo de otro nivel. Cuando nació, no fue fácil. Lloró, en serio lloró todo el día todos los días. Me frustré, me volví loca- No soy esa mamá con extra paciencia, a mi sí me sacan de mis casillas. Belu fue alta demanda desde el día 1. Ahora viendo en retrospección, ella es así; ese es su carácter- pero yo pensaba que estaba haciendo todo mal.
Con mucho miedo, cuando le quité el pecho a su año y 9 meses, intentamos tener a nuestro segundo hijo. Al mes- BOOM. Embarazada. Luciano nació de 8 meses y es un niño muy tranquilo. Renuncié a mi trabajo de escritorio para cuidarlo porque ya teníamos nuestro café en Tamarindo- Café Santa Rita- y podíamos aguantarlo económicamente.
Luky cumplió año y 10 meses y un día me vi en el espejo y no me reconocí. Ya no oía música, llevaba ya más de 4 años sin hacer ejercicios, no sabía qué me gustaba, vivía, mejor dicho, sobrevivía, por los demás. Mi felicidad, mi vida, el YO, había desaparecido. Necesitaba un cambio, brusco y rápido.

Me metí al gimnasio para empezar «el lunes». Ese lunes empecé a ir. 4 días por semana. Me empecé a tomar el café negro y sin azúcar. Cambié la cerveza por vino. Dejé de comer repostería y postres todos los días; lo cambié a muy de vez en cuando. Me enfoqué en comer comida más sana.
Me desperté. Todo cambió. Me recordé que yo existía, y que si yo estaba bien, iba a estar mejor para los demás. Nunca he tenido mucha paciencia, y estaba «metiendo mucho las patas» principalmente con mi hija que necesita tanta atención; y las metidas de patas disminuyeron. Encontré MI manera de desahogarme y de estar yo bien. Empecé a oír música de nuevo, tomarme tiempo para mi y en fin, dejar de SOBREVIVIR, y empezar a vivir y disfrutar a mi familia.

Para todas las mamás: Nosotras valemos igual que nuestros hijos. Necesitamos nuestro tiempo. Necesitamos ser una prioridad. NO HAY QUE SENTIR CULPA por hacer algo por nosotras, de hecho ES IMPORTANTÍSIMO. Sí se puede, pero tenemos que actuar. Si seguimos igual, nada va a cambiar. A levantarnos y recuperar nuestras vidas. TOMEMOS LAS RIENDAS.
Un abrazo y espero que me acompañen en este viaje tan lindo, loco, confuso, y retador de ser mamá.
ALE